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Los amantes de la música clásica la reconocen cada vez que sale al escenario: allá en el fondo de la orquesta, una mujer de cabello corto se prepara para tocar los tradicionales instrumentos de percusión y los más inverosímiles objetos que nos podamos imaginar, como el rin de un carro, por ejemplo. Baquetas en mano y los ojos puestos en las partituras, Diana Alexandra Melo, está pendiente a entrar en el momento justo, a veces con la complicidad de la batuta del director.

Hoy en el día sin carro para los funcionarios del distrito, recordamos esta nota del 10 de octubre del 2015, sobre la maestra Diana Melo y su pasión por la bicicleta.

El público bogotano la ha visto azotar con fuerza el gong (con el que se despiertan los somnolientos), zarandear el güiro, imprimirle energía a una sinfonía con el retumbar de los timbales, tocar las campanas tubulares con un martillo, provocar la vibración melodiosa de la marimba, estrellar los platillos y hostigar el bombo y todo lo que se pueda golpear y producir un efecto especial. Pareciera que su misión es mantener en estado de alerta a los melómanos proclives al sueño.

Desde que Diana integra la Orquesta Filarmónica de Bogotá (hace cinco años), ensaya todas las mañanas de lunes a viernes, en el auditorio o teatro destinado para ese fin. Como músico ‘élite’, pues halamos de las grandes ligas de la música erudita en Colombia, su preparación para un concierto es la garantía mínima de una presentación impecable. Por eso, también le dedica parte de las noches a repasar las múltiples anotaciones que siempre tienen las partituras de una orquesta de esta categoría.

Los seguidores de la Filarmónica, que por lo general ovacionan a los artistas al final de cada concierto, no sospechan que la pasión y la disciplina, en el caso de Diana, desborda el mundo musical. El  traje formal que la uniforma (el de los conciertos), oculta a una mujer dedicada a una rutina deportiva de gran aliento, como lo son las obras que toca cada fin de semana. Pareciera que existe una hermandad entre el mundo de la música y el mundo del deporte.

“Ser músico es como ser deportista, lo que no entrenas lo pierdes o no lo puedes mantener; a pesar de los diplomas hay que practicar a diario para lograr el alto nivel que se exige en la Orquesta”, asegura Diana, quien llega en bici a los ensayos y con docenas de kilómetros en las piernas del entrenamiento que elige para la madrugada.

La bici en su vida apareció para soslayar los trancones que le exigían demasiado tiempo para trasladarse de un lugar a otro. Con el tiempo, sus pedalazos se volvieron más ambiciosos y empezó a salir de la ciudad. También, vino el cambio de bicicleta y la adquisición de la indumentaria que caracteriza a los ciclistas urbanos.

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Cada mañana cuando llega al auditorio a ponerle orden a ese sinfín de ‘cacharrería’ que se puede requerir para el próximo concierto (utensilios de concina, frenos de carro, cadenas y artículos de madera), su cuerpo ya se ha exigido lo suficiente en el ascenso a Monserrate o el tránsito por el Cerro del Cable o el entrenamiento en el Parque Simón Bolívar. Cuando no, llega trotando a su sitio de trabajo.

“A uno le toca ser como un reloj para a hacer todas las cosas: me levanto muy temprano a entrenar de 5 a 8 de la mañana y tener el tiempo para cambiarme y estar lista en el ensayo; el domingo es el día para hacer los recorridos largos en bici”, dice la enamorada de las montañas y el sudor que se encausó en el deporte por salud.

El gusto por las actividades al aire libre la alejó de la docencia y se dedicó al ultramaratón o trail run, una rama del atletismo que comprende distancias superiores a los 42 kilómetros, una disciplina que poco a poco, gana adeptos en Colombia. Durante tres años consecutivos, Diana, ha participado en destacadas competencias en Europa, donde ha corrido 80, 100 y 120 kilómetros, ocupando cada vez mejores posiciones.

“Más que ponerme a decir cada carrera y todos sus aspectos técnicos, es resaltar cómo se alimenta nuestra alma. Cómo se encuentra uno mismo a través de rebasar sus propios límites. Cuando paso tantos kilómetros corriendo en soledad, solo con los sonidos de los pájaros y mi respiración, es como una especie de catarsis; no es que entre en trance, pero si es un estado especial de concentración, de meditación”, escribió Diana en una revista especializada.

Hace cuatro años cuando Diana empezó a practicar el trail run, en las carreras se inscribían 30 personas y ahora lo hacen entre 200 y 300 amantes de esta actividad física extrema, muy popular en los países de Europa. Es un hobby que poco a poco se le convirtió en otra profesión (también muy sufrida), que le exige  preparador físico, consejeros y patrocinios.

A raíz de varias lesiones, este año ha sido el tiempo para combinar el trail run con otros deportes como el ciclismo y la natación. Por esa razón, si algún fan de Filarmónica monta en bici los fines de semana, se la ha podido cruzar en el ascenso a Patios y las curvas que hay entre Bogotá y La Calera. En su caso, montar en bici es una auténtica sinfonía del pedal.

“Cuando estoy corriendo pienso en lo que voy a tocar y cuando estoy tocando también pienso en los lugares donde quiero ir a correr, las dos cosas me producen lo mismo: tranquilidad, sentir que me voy de la realidad, es como ponerle pausa a todo lo que pasa en el mundo”.

El esfuerzo, la constancia y la disciplina se acompasan con las vibraciones del corazón de esta gran mujer que cada fin de semana aparece muy formal en la escena musical de Bogotá.

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